Por Scardanelli

Eduardo Roldán (1926-2017) ha sido uno de los vocacionales artistas de nuestro tiempo, que luchó a cuerpo abierto con la pintura. Partiendo de un expresionismo irónico (sobre todo, su época de los generales), fue crítico con la sociedad, y con el paso de los años llegó a un brutal y salvaje expresionismo, entrando a veces en el delirio, quitando la careta a sus personajes, arrancándoles la piel y dejando al descubierto su ferocidad y maldad, centrifugando los sentimientos con la plástica de la materia que rompe en brochazos y colores fuertes, reflejando en ocasiones una enorme boca cruel o sonriente consiguiendo desvelar la esencia desnuda del ser humano.

Roldán estudió en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, vivió como emigrante en Suiza y no dejó de pintar hasta dos días antes de su muerte. Fue diseñador gráfico y como tal trabajó en TVE y en la revista de ‘Cultura Hispánica’, donde conoció a Francisco Umbral, con el que le unió una amistad y complicidad «de colega» hasta su muerte, compartiendo estudio e historias del Madrid de la época. Umbral escribió muchas semblanzas sobre él que aparecen en diferentes títulos de sus obras.

Con los años, Eduardo Roldán se fue encerrando cada vez más en su mundo, rompiendo totalmente el trato con los artistas, galeristas y amigos. Su última exposición fue en el año 1993 en la galería Ra del Rey de Madrid. Con motivo de esta exposición, se editó un interesante catálogo con textos de Umbral, M. Lacarta, José Hierro, Javier Rubio, Azpeitia y Manuel Conde.

Fúrico, iracundo y con un peculiar sentido del humor, navegó en solitario por el auténtico mundo de la creación plástica sin pretender nada más que estar de acuerdo con el resultado de sus cuadros. En su proceso vital y crítico destruyó cientos de dibujos y pinturas e indudablemente lo que ha quedado después de esta criba feroz es de una calidad, lo que le sitúa en primer puesto de los grandes olvidados, como el magnífico expresionista que es y demuestra su obra.