«La sociedad actual está muy perdida, desnortada, no tiene un horizonte claro». Quien hace esa afirmación es el padre Mariano Gamo, sacerdote que pasó del Frente de Juventudes de Madrid a la militancia marxista, a pagar sus cuotas en IU y CCOO e, incluso, a estar en prisión, por lo que conoce bien qué es la izquierda y la derecha política, sabiduría que le lleva a lamentar el «panorama desesperanzado» en el que –a su juicio– se encuentra España y a criticar la falta de actuación de los políticos para sacar adelante el país y de los ciudadanos para plantear alternativas.
«Quienes podrían ser una alternativa al capitalismo, la izquierda, son un hazmereír. Los clásicos del marxismo se reirían», afirma Gamo en una entrevista a Sociedad Civil con motivo de la publicación de un libro sobre su vida, Mariano Gamo, testigo de un tiempo. Entre cristianismo y marxismo y viceversa (Endymión Ensayo). A su juicio, las entidades que organizan movilizaciones en la calle para protestar contra las políticas del Gobierno, como el Sindicato de Estudiantes (SE) y la Confederación Española de Asociaciones de Padres de Alumnos (CEAPA), añoran la revolución de octubre de la Rusia Soviética.
Incluso cree que los jóvenes están perdidos: «La juventud está peor porque no tiene memoria histórica. Va a ser una generación perdida porque está levitando sobre su historia». Ni siquiera cree en el movimiento de los indignados, a quienes considera un «elemento minoritario infiltrado de grupos radicales que van a hacer su agosto, un fenómeno que está en la superficie de la sociedad juvenil», puesto que, según Gamo, «no basta con decir que no, sino que hay que lanzar propuestas»
Para este cura hijo de un labrador, nacido en Tamajón (Guadalajara) el 2 de febrero de 1931, la izquierda no plantea alternativa alguna y el PSOE y el PP están «a ver guién gestiona mejor», mientras que «el Gobierno está escribiendo al dictado de Europa, donde los españoles quisimos entrar, en la Europa del sistema capitalista, la única que existe actualmente, no la de la URSS». «El Gobierno es el gestor de ese horizonte político. Para esta Europa es para la que habría que haber preparado las alforjas», sentencia.
Y el propio Gamo, que entró al Seminario de Madrid a los diez años de edad, donde estudió cinco cursos de latín y humanidades, tres de filosofía y cuatro de teología durante sus doce años allí, se atreve con una propuesta: «Los trabajadores no tienen más capital que el monto de sus horas de trabajo. ¿Por qué no trabajamos menos hora para que trabajemos todos?». Pero adelanta que nadie lo plantea porque «ya no existe la solidaridad de clase».
Esta empatía con la clase obrera le viene de sus años como párroco en el madrileño barrio de Moratalaz. Fue allí donde pegó el «cambiazo» desde el Frente de Juventudes de Madrid, donde –cuenta– no se encontraba a disgusto con esos principios más o menos idealistas, a una «adecuación a las nuevas situaciones sociológicas». Como párroco en Moratalaz se mostró como persona sensible a las distintas situaciones, con una respuesta coherente con sus convicciones religiosas, que antepone al poder civil o eclesiástico.
UN CURA AMIGO DEL PUEBLO OBRERO
Esa amistad con el pueblo obrero, ofreciendo la parroquia a organizaciones clandestinas durante el franquismo, como CCOO, o su práctica pastoral abierta a los feligreses, con homilías como asambleas de los creyentes para abordar sus problemas, le generaron un conflicto con los poderes. «Fue un enfrentamiento no mío, sino una respuesta del poder civil y eclesiástico a mi línea de conducta y a estar abierto a las necesidades de los feligreses«, recuerda Gamo, quien comprende que la Iglesia tuviera una actitud de gratitud con el régimen franquista, pero él entendía que había que actuar conforme al Concilio Vaticano II y los Derechos Humanos.
Incluso, fue encarcelado por todo ello. Sus tres años en la cárcel los vivió «normalmente», incluso –explica el propio Gamo– «con satisfacción, a gusto conmigo mismo» al sentirse «coherente» y contar con la «ventaja» de que a pesar de estar encerrado no desatendía a nadie, al no estar casado ni tener hijos, tan sólo a su madre. «Lo viví con cierta euforia y satisfacción. La cárcel era un objetivo a cumplir», cuenta.
Tras salir de prisión, se reintegró en su parroquia, pero tuvo que vivir situaciones como impartir la homilía con la Policía presente en la iglesia. «No me condicionaba especialmente, aunque a los feligreses sí», recuerda Gamo, quien reconoce que incluso llegaron a hablar de temas en la homilía «en estado críptico», para entenderse sólo él y los feligreses pero no la Policía. «Los asistentes a la misa participaban con riesgo pero con la convicción de pertenecer a una Iglesia distinta a la del nacionalcatolicismo», reconoce.
Así, trabajó en la línea de la creación de un nuevo catecumenado de adultos. Su objetivo era reinterpretar la tradición cristiana y profundizar en las líneas fundamentales del Nuevo Testamento. «Volver a la Iglesia primigenia de Jesús», resume el párroco, apostando por «ver qué escombros hay que quitar y dar respuesta cristiana a los problemas actuales». En este sentido, critica a la cúpula de la Iglesia católica y aboga por una apertura del sínodo de los obispos: «Mantienen una estructura y juegan a que esto dure…».
Incluso se atreve a cuestionar al Papa: «Benedicto XVI es más un teólogo, un amante de la teología sobre los padres de la Iglesia, con una visión más intelectual de la Iglesia que no tiene nada que ver con la práctica de Jesús en el Evangelio». Por ello, lamenta que mientras esa actuación de la cúpula eclesiástica no se derrumbe, no habrá una vuelta al Nuevo Testamento.
¿Y cómo es su relación, entonces, con la Conferencia Episcopal Española? La respuesta es sencilla: «Ellos quieren minimizar al máximo los conflictos interiores», afirma Gamo, quien asegura que el cardenal Antonio María Rouco Varela, presidente de los obispos españoles, sabe «perfectamente» todo lo que él piensa sobre la jerarquía eclesiástica. A su juicio, el problema de que no haya un cambio, una evolución en el sentido en el que él desea, es que «en Madrid no hay una alternativa a Rouco, no hay clérigos comprometidos para ese cambio».
«No hay mimbres suficientes para hacer una nueva cesta», insiste el padre Gamo sobre un cambio en el poder de la Iglesia. En relación a la posibilidad de que él lidere ese vuelco en las estructuras de la Iglesia católica, Gamo considera que a sus 81 años de edad ya no es tarea suya.
El libro Mariano Gamo, testigo de un tiempo. Entre cristianismo y marxismo y viceversa, escrito por Juan Antonio Delgado de la Rosa, muestra cómo y cuál fue el papel de los sacerdotes obreros, tomando como referencia la vida de Mariano Gamo, encarnado con los vecinos y su modo de actuar, tal y como se resume en la contraportada de la obra.