Sus 93 años no le frenan para seguir atendiendo a sus pacientes desde las siete de la mañana, desde que regresó a España hace 35 años, un ritmo que aguanta porque separa muy bien los tiempos, desconectando del resto de actividades cuando está en una en concreto. Tras décadas en Venezuela y Estados Unidos, María Teresa Guardiola, especializada en Medicina Natural, volvió a Barcelona en 1965 y organizó departamentos en el Hospital del Mar, en lugar de jubilarse, puesto que sentía una «responsabilidad» con sus pacientes. «Mientras me reclamen, no voy a dejarlos solos», explica Guardiola a La Vanguardia.
Nacida en 1919, a los 16 años su padre le firmó un permiso para estudiar más allá de lo que le correspondía por edad, Medicina, una carrera que estudió en tres años durante la Guerra y entró como interna en el Hospital Clínic. Pero cuando llegó Franco, le anuló los estudios al considerar que eran «rojos», aunque le ofrecieron la posibilidad de revalidarlos. Quizá por ello la doctora Guardiola reconoce ha aprendido a convertir los malos recuerdos en plácidas anécdotas: «Andaba yo hundida cuando uno de mis mentores me dijo: pues haz Obstetricia».
Se fue de Cataluña por amor. Se escaparon porque el chico debía casarse, por conveniencia, con la vecina de las tierras de al lado y en casa de la doctora Guardiola no lo aceptaron, puesto que querían para ella un médico, como su padre, y se casaron en secreto, con la sola presencia de sus hermanas y alguna paciente, porque con 20 años ya tenía su consulta. Y precisamente entre sus pacientes encontró la idea de marcharse a Venezuela, donde conoció a una mujer en una cena que era la supervisora general de los hospitales de Venezuela. Así, en 1948 la doctora Guardiola creó la primera escuela de Enfermería de Tachira.
De un día para otro se convirtió en la organizadora de la sanidad pública de la región y su marido, en jefe de mantenimiento del hospital. «En el hospital Vargas me recibieron como a un ministro y yo no estaba segura de poder organizar todo aquello. En la vida no hay nada que te espabile más, que te haga valiente, como la necesidad», argumenta esta experta, que reconoce que el mar es su segunda pasión, como demuestra que el pasado año se bañara en Blanes (Gerona).
Además, todavía conduce a su edad, algo que no le extraña tanto. Cojo el coche y me voy a casa a comer con mi marido y luego… una siestecita», explica, tras señalar que para durar en pareja hay que darse mucho cariño y no demasiadas explicaciones. Por otro lado, hay que resaltar que han intentado robarle su teoría de los cajones psicológicos, la que te obliga a respirar hondo ante un conflicto y abrir o cerrar convenientemente cada pensamiento. «Cuando cierres uno de esos cajones de problemas ya no lo abras hasta el día siguiente porque ningún problema se resuelve de noche, dando vueltas en la cama», explica Guardiola, que también califica de «infame» que hayan plagiado sus libros.
Tras seguir su formación en el ‘White Memorial Hospital’ de Los Ángeles, en 1961 pasó a ser su responsable de Higiene y Nutrición. Pero tuve un accidente brutal, en el que cayó por un barranco, que le dejó en coma, del que salió por «el poder mental», tal y como explica ella misma, que cree que hoy en día la gente se agobia con cualquier cosa. «¿Crisis? Crisis fue la guerra ¡y salimos adelante! ¿Que tenías que hacer tres horas de cola para un pan? Pues aprendías a hacer ganchillo para aprovechar la espera», recuerda.
De vuelta a España, fue responsable del Departamento de Ginecología y Obstetricia del Hospital del Mar de Barcelona. La propia doctora se define como abuela fantasma y madre fantasma porque trabajó muchas horas, aunque dice que sabe que los suyos valoraron sus razones. «Los he querido mucho y, si me necesitan, saben que allí estoy» afirma Guardiola, cuyo último libro salió a la venta hace un par de meses.
No teme morir. «Morirse sólo es irse de viaje a otro país», afirma, tras señalar que lo que haya que afrontar se debe hacer cuando llegue el momento, sin apurarse antes. «Por eso a un paciente terminal lo cuido, lo mimo, pero ya no le hago más pruebas estresantes e innecesarias», señala esta creyente pero no practicante, quien reconoce que aunque no quiere claudicar en su actividad, cuando al final del día se mete en la cama siempre piensa: «¡Al inventor de este trasto habría que hacerle un monumento!».