
Por Fco. Javier Pérez, periodista y secretario adjunto de la Asociación Española de Cine e Imagen Científica (ASECIC).
Si en España se empleasen más esfuerzos en reivindicar la relevancia y la contribución que determinadas personas han tenido en beneficio del común, en lugar de usar esa energía en dimes y diretes, en tergiversaciones de la historia y en rebuscar en el cajón del pasado episodios y sucedidos que poco o nada aportan, otro gallo nos cantara. Abundan en nuestro país figuras relevantes en todos los ámbitos que han sido injustamente olvidadas o no suficientemente reconocidas, más allá de colectivos especializados y concretos.
Es el caso de una figura notabilísima en el sector de la divulgación científica, la fotografía y la cinematografía españolas como fue Guillermo Fernández Zúñiga. Oriundo de Montalbo, un pequeño pueblo conquense, Guillermo nació en 1909 y desde la mocedad manifestó su curiosidad y su interés por la naturaleza. Eso le llevó a licenciarse en Ciencias Naturales por la entonces Universidad Central, en Madrid, donde tomó contacto con intelectuales y docentes vinculados a la Institución Libre de Enseñanza ILE), con la que siempre mantendría una colaboración estrecha y fecunda.
Esa relación, unida a su competencia académica, hace que en 1933 ocupe una plaza de profesor de Ciencias Naturales en el Instituto Escuela, centro de referencia creado por la Junta de Ampliación de Estudios (JAE) e inspirado por el ideario de la ILE. Al mismo tiempo es beneficiario de una beca de la JAE para ampliar su formación en el Museo Nacional de Ciencias Naturales. Un año después, en 1934, Fernández Zúñiga es designado por el Ministerio de Instrucción Pública responsable de la sección de cine de la expedición científica al Amazonas, un ambicioso proyecto que no pudo llevarse a término como consecuencia del levantamiento militar y la posterior Guerra Civil.
Activista de las Misiones Pedagógicas
Guillermo Fernández Zúñiga era un joven y brillante profesor de Biología y, además, desde el año 1931 ya venía destacándose por su interés, su curiosidad intelectual y su competencia en relación con el empleo de la cinematografía al servicio de la educación y la divulgación científica. Colaborador activo de las Misiones Pedagógicas promovidas desde el comienzo de la República, ocupó el puesto de director de la filmoteca y del servicio de cinematografía del patronato de las Misiones, implicándose muy decididamente en cuantas tareas y proyectos se abordaron.
Hombre discreto, trabajador tenaz de carácter prudente y sosegado, se le veía con asiduidad por la Residencia de Estudiantes y frecuentaba a otros colegas y académicos del momento, siempre con curiosidad intelectual y anhelos formativos. Era habitual que llevase consigo una cámara fotográfica, pues como veremos más adelante se acreditó como un gran reportero gráfico durante la guerra civil. La afición por la fotografía la había heredado de su padre, médico de profesión, quién tenía pasión por retratar detalles de la vida natural.
En el periodo que va desde la proclamación de la República a la sublevación militar, Zúñiga rodó algunas de sus trabajos más singulares. Es el caso del documental sobre una típica boda lagarterana, “Boda en Navalcán”, considerado primigenio film del cine etnográfico español, y “La vida de las abejas”, singular documental considerado como antecedente del cine científico en nuestro país. En los años treinta participó también, como operador, en varias expediciones etnográficas que se realizaron en la región marroquí del Rif.
Reportero de guerra
El comienzo de la Guerra Civil le sorprende en Madrid. De inmediato, Zúñiga se pone al servicio de las autoridades republicanas y, aunque no está acreditado de forma inequívoca, parece que lo hace como militante comunista. Lo cierto y comprobado es que realiza noticiarios y documentales propagandísticos para los servicios de prensa y propaganda del PCE y para el Ejército Popular. Se mueve por los frentes y por el Madrid sitiado llevando siempre una cámara de fotos a mano y, como él mismo reconoció, en numerosas ocasiones fue comisionado para acompañar a reporteros gráficos y corresponsales extranjeros que cubrían la guerra.
En esas circunstancias conoce a Robert Capa, el legendario fotoperiodista, y a su compañera sentimental y profesional, Gerda Taro, que murió aplastada por un tanque en la batalla de Brunete. Zúñiga es el autor de una emotiva foto de Gerda Taro, en la que ésta aparece mirando por el visor de una cámara, foto que durante años se atribuyó a Capa.
Trabó también relación con los cineastas Roman Karmen, Joris Ivens, el reportero gráfico David Seymour y muy especialmente con el fotógrafo alemán Walter Reuter. El archivo de Reuter, más de 4000 negativos que son toda una historia gráfica de la Guerra Civil, se piensa fue entregado en custodia a Zúñiga y salió a la luz en 2011 cuando los herederos del cineasta conquense localizaron en la residencia familiar una caja con material fotográfico que donaron a la Asociación Española de Cine e Imagen Científica (ASECIC), entidad fundada por el propio Zúñiga en 1966.
Los documentalistas e historiadores Rogelio Sánchez Verdasco, Alfredo Moreno y Aku Estebaranz analizaron e inventariaron el hallazgo y concluyeron que si bien la mayoría de las fotos eran obra de Walter Reuter, también había muchas de Zúñiga y probablemente también de Capa y Gerda Taro. Un patrimonio documental de un valor extraordinario con imágenes de la vida cotidiana durante la guerra, escenas de la retaguardia, milicianos apostados en trincheras y baluartes, frentes de batalla, intelectuales y figuras destacadas del periodismo y la literatura. Zúñiga tenía una especial sensibilidad para atrapar los detalles más humanos, las instantáneas más entrañables de los anónimos protagonistas de la contienda: niños, campesinos, soldados, familias y escenarios urbanos y rurales.
Exilio y retorno
Guillermo Fernández Zúñiga marchó al exilio en 1939. Primero viajó a Francia, donde fue internado en los inhumanos campos de concentración donde los franceses recluyeron a los refugiados españoles. Ni en esas penosas condiciones desistió de su pasión por la fotografía y gracias a él se conservan testimonios de aquella etapa. Tras la invasión nazi de Francia colaboró con la Resistencia, fue detenido por los alemanes y recluido de nuevo en un campo de prisioneros de dónde logró fugarse y pasar a la clandestinidad. Escapó así del destino que le esperaba: un campo de exterminio donde acababan sus días los republicanos españoles capturados por los nazis.
Al concluir la II Guerra Mundial, y gracias a sus contactos con Rafael Alberti, Alejandro Casona y el cineasta Carlos Velo, Zúñiga pudo viajar a Argentina donde se reunió con su familia. Durante años trabajó en varias productoras cinematográficas argentinas y en 1959 regresó a España vinculándose a la histórica productora UNINCI de Muñoz Suay, Luis García Berlanga y Juan Antonio Bardem.
En Madrid Zúñiga fue profesor de la Escuela de Cine y compartió la actividad en el cine comercial con la producción de documentales científicos. Formó profesionalmente a algunos de los más notables operadores y realizadores españoles que han trabajado en el campo de documentales sobre naturaleza. Nunca abandonó su pasión por el cine científico y a ello dedicó esfuerzo y recursos, con obras que van desde la entomología –de nuevo las abejas- hasta especies como el salmón, pasando por espacios naturales como los encinares, los cultivos de naranja o la geología de Cuenca. Ningún ámbito científico le era indiferente.
Fundó, como hemos apuntado, la ASECIC y desempeñó responsabilidades en la Asociación Internacional de Cine Científico, el Comité Internacional de Films de Divulgación Científica y la Cinemateca Científica Internacional de Bruselas. De igual modo, ejerció su magisterio y su experiencia en proyectos de divulgación científica audiovisual alentados por las universidades Complutense y Autónoma de Madrid.
Guillermo Fernández Zúñiga forma parte, en lugar relevante, de la nómina de divulgadores científicos españoles. En realidad, es un pionero de la divulgación científica en nuestro país por su meritoria contribución como documentalista que se aproximó con audacia, talento y conocimiento de causa –no en balde era biólogo de formación- a la comunicación audiovisual de temas que van desde la entomología hasta la etnografía, pasando por la oceanografía, la geología, la zoología y otros campos de las ciencias naturales. Su obra tiene continuidad en la tarea que desarrolla la Asociación Española de Cine e Imagen Científica (ASECIC), fundada por Zúñiga hace más de medio siglo. Murió en 2005 y su huella es imperecedera.