
Por F. Javier Pérez, periodista y secretario adjunto de la Asociación Española de Cine e Imagen Científica (ASECIC).
En 2016, con motivo de la Bienal Internacional de Cine Científico de Ronda (BICC16), la Asociación Española de Cine e Imagen Científica (ASECIC) rindió homenaje a la figura y obra de Julián de Zulueta y Cebrián. Un acto al que asistieron dos de sus hijas y su biógrafa, la profesora de la UNED, María G. Alonso. Un acto de justo reconocimiento y reivindicación de una figura notable de la ciencia española, pero también de un personaje poliédrico y excepcional en muchos sentidos.
El hombre al que los nativos de la isla de Borneo bautizaron como “Tuan Nyamok”, cuya traducción significa “el señor de los mosquitos”, fue durante más de 25 años responsable de la lucha contra la malaria en la Organización Mundial de la Salud (OMS). Pero fue mucho más, un auténtico Indiana Jones español, con una trayectoria tan singular y unas vivencias tan ricas e insólitas que más parecen propias de un aventurero que de un científico.
El fecundo entorno familiar
Julián de Zulueta nació en Madrid en 1918 en el seno de una familia de la burguesía ilustrada y liberal. Su padre, Luis de Zulueta, jurista, escritor, catedrático de Pedagogía, discípulo y amigo de Unamuno, fue ministro durante la II República y embajador en Alemania y la Santa Sede. Su madre, Amparo Cebrián, fue una pedagoga innovadora; su tío Antonio de Zulueta un biólogo de renombre; su hermana Carmen escritora y profesora de filosofía en Harvard y, además, era sobrino político de D. Julián Besteiro, catedrático de Lógica de la Universidad Central y presidente del PSOE y la UGT tras la muerte de Pablo Iglesias.
Transcurre pues la mocedad de Julián de Zulueta en un entorno dominado por la cultura, los libros y los saberes más diversos. Por si fuera poco, su familia mantiene estrechos vínculos con los impulsores de la Institución Libre de Enseñanza (ILE) y el propio Julián cursa el bachillerato en el Instituto-Escuela, el centro de referencia pedagógica de la ILE.
En 1933 el gobierno de la República nombró a su padre embajador ante el III Reich y el propio Julián de Zulueta refirió a su biógrafa, María Alonso, detalles del Berlín hitleriano y de “la noche de los cuchillos largos”, la sangrienta purga de 1934 en la que Hitler eliminó a los líderes de las SA y otros opositores a su persona. La sublevación militar de 1936 sorprendió a los Zulueta en Roma, donde D. Luis era embajador de la República ante el Vaticano.
Como quiera que la Santa Sede reconoció desde el primer momento al gobierno franquista, el embajador Zulueta y su familia se vieron privados del fuero diplomático y optaron por marchar al exilio. El destino fue Colombia, país donde el embajador Zulueta había desempeñado una misión diplomática en 1932, comisionado por la Sociedad de Naciones, para poner fin al conflicto armado entre Perú y Colombia. En Bogotá D. Luis tenía una estrecha amistad con un prócer colombiano, Eduardo Santos, liberal, editor del prestigioso diario “El Tiempo” y plenipotenciario que había sido de su país en la resolución del conflicto. Santos consiguió una plaza de profesor para Luis de Zulueta en la universidad y le abrió las páginas de su periódico para colaborar. Los hijos iniciaron estudios superiores en la universidad de Bogotá, donde Julián se doctoró en Medicina con una tesis sobre el paludismo. Completaría su formación en el Reino Unido, en la universidad de Cambridge. Allí se casó en 1946 con Gillian Owtram, con quien tuvo tres hijas.
Zulueta “conejillo de Indias”
De regreso a Colombia, en 1947, Zulueta trabajó para el laboratorio de Medicina Tropical que la Fundación Rockefeller tenía en Villavicencio. Tal era su compromiso y su determinación por identificar las claves de la malaria que no dudó en someterse conscientemente a las picaduras del mosquito transmisor de la enfermedad. Había iniciado un camino científico que le llevaría, en 1952, a la Organización Mundial de la Salud, donde durante 25 años coordinó y dirigió proyectos relacionados con la erradicación de la malaria.
Fue siempre un hombre de acción, implicado en múltiples peripecias y avatares, desempeñando misiones en países y zonas de conflicto. Médico e investigador a pie de obra en Malasia, Uganda, Líbano, Jordania, Siria, Irak, Irán, Marruecos, Argelia, Turquía, Pakistán, Afganistán y otras regiones de todo el mundo. Sus memorias, reseñadas minuciosamente por la profesora María García Alonso, están salpicadas de anécdotas y episodios que trascienden, de largo, a la vida plácida y rutinaria que pudiera pensarse. De hecho, ya durante la II Guerra Mundial se ofreció a los norteamericanos y los británicos para luchar contra el Eje y desempeñó una pintoresca encomienda que fue transportar desde EE.UU a Gran Bretaña una muestra de mosquitos portadores del plasmodium, el parásito que trasmite la malaria.
En Borneo (Malasia) convivió con los dayak, los legendarios cazadores de cabezas, que apreciaron su valentía y audacia y le reconocieron con el título de Tuan Niamok (el señor de los mosquitos). En Uganda volvió a experimentar en propia carne las picaduras de los mosquitos y, además, se expuso también voluntariamente a la inoculación del virus O´Nyong-Nyong, que provocaba la llamada enfermedad quebrantahuesos. Se hizo cazador para abatir búfalos con los que alimentar a los pobladores de las aldeas y dispensarios donde trabajaba, y sobrevivió al ataque de un elefante y a la amenaza de un león que a punto estuvo de devorarlo en presencia de su esposa Gilliam.
En Oriente Medio, otro de sus destinos, trabajó en Líbano, Siria, Jordania e Irak. Allí vivió la Guerra de los Seis Días y salió airoso de algunas contingencias extremas, pues su trabajo en zonas de paludismo coincidió con operaciones militares que le sorprendieron en pleno campo de batalla. En esas circunstancias, el doctor Zulueta echaba mano de las lecciones de diplomacia que había aprendido de su padre y de la elegante compostura británica que admiraba en su esposa. Sabía capear el temporal y desenvolverse en los peores trances, ya fuera con árabes o israelíes. Su trabajo como epidemiólogo en esa convulsa región fue muy valorado y en Jordania, en concreto, el doctor Zulueta gozaba de enorme respeto y admiración, incluido el del carismático monarca Hussein.
La OMS envió también a Zulueta a desarrollar programas para erradicar la malaria en Irán, Afganistán, país éste último casi medieval y convulsionado por la fragmentación tribal. En todos los destinos, como haría también en Turquía, Pakistán, Madagascar y Argelia, acreditó su competencia como epidemiólogo y sus grandes dotes para tratar con la población civil en las regiones afectadas por el paludismo, generalmente las más desfavorecidas y cuyos habitantes recelaban de los extranjeros y sus proyectos. Sabía sortear las adversidades, contender con las autoridades y con los caciques locales, adaptarse a las condiciones precarias de los alojamientos y a la escasez de comodidades indispensables. Tenía autoridad moral y una gran mano izquierda para dirigir los equipos internacionales con los que habitualmente trabajaba, circunstancia que se veía favorecida por su condición de políglota pues hablaba con soltura, además de su lengua materna, los idiomas inglés, francés y alemán.
Julián de Zulueta tenía una enorme curiosidad intelectual y científica, de suerte que además del desempeño de sus tareas como médico y consultor de la OMS, prestaba gran atención a los problemas medioambientales, a las condiciones sociales y económicas, incluso a la cultura en su más amplio espectro, desde la conservación del patrimonio hasta la antropología y la etnografía.
España en el corazón. Alcalde de Ronda
Zulueta tenía añoranza de España. No olvidemos que había sido un exiliado que hubo de abandonar el país con precipitación en 1936. Y aunque como funcionario internacional había regresado en alguna ocasión, sería en 1978 cuando decide instalarse a vivir en Ronda (Málaga). No conocía la ciudad ni tenía vínculo alguno con ella, salvo su reconocimiento y admiración a D. Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza, que era rondeño. La ciudad del tajo atrapó a Zulueta como anteriormente ocurriera con tantos intelectuales y artistas, desde Rilke hasta Orson Welles, pasando por Lorca, Borges, Ridruejo o Hemingway, por citar un breve recuento.
A Zulueta y su mujer les conmovió el paisaje majestuoso de la serranía, la riqueza monumental de Ronda, su historia, la Sierra de las Nieves con su reserva de pinos pinsapos, Grazalema… No se lo pensaron dos veces. En 1983 un médico local, el doctor Yáñez, convenció a Julián de Zulueta para que se presentase a las elecciones municipales encabezando la candidatura del PSOE. Ganó por mayoría absoluta y gobernó durante una legislatura.
Su paso por la alcaldía fue controvertido. No era un hombre de partido y alardeaba de su independencia de criterio y su autonomía. Tuvo desencuentros con los poderes fácticos, pero también el respeto de la derecha moderada y de los comunistas, algunos de cuyos concejales le apoyaron sin condiciones.
Viviendo en Ronda Zulueta viajaba con frecuencia al Viso del Marqués, en Ciudad Real, donde se ubica el archivo de la Marina en el que fuera palacio de D. Álvaro de Bazán. El motivo era realizar consultas en los fondos documentales para alguna de sus investigaciones. Una archivera le persuadió para conocer Somiedo, en Asturias, un magnífico parque natural declarado Reserva de la Biosfera como la Sierra de las Nieves. Los Zulueta se enamoraron de Somiedo y acabaron comprando una casa en la Rebolleda de Aguasmestas, así que su vida transcurría de un extremo a otro de la península. En Asturias D. Julián se implicó de nuevo de forma muy activa en la causa medioambiental y en la protección del oso pardo.
Julián de Zulueta, “El señor de los mosquitos”, falleció en Ronda en diciembre de 2015. El relato de su vida contado a la antropóloga María García Alonso, y publicado por la editora de la Residencia de Estudiantes, nos deja el testimonio de un científico e intelectual de fuste, un sabio como le gustaba a Ortega, pues a su sapiencia específica como médico epidemiólogo sumaba saberes amplísimos, desde la historia hasta la ecología, pasando por el don de lenguas, las humanidades y las bellas artes. En 1990 fue elegido presidente de la Fundación Francisco Giner de los Rios. Entre otros muchos méritos, ya en sus años postreros, está haber desarrollado una investigación donde demostró que el emperador Carlos V, el primero de los Austrias hispanos, murió de malaria.
Como escribió María G. Alonso, en la vida de Zulueta se distinguen al menos cuatro grandes intereses: el estudio de la malaria, la defensa del medio ambiente, la política y la creación intelectual como historiador, especialmente de temas relacionados con la medicina. Sin embargo, superpuestas a estas grandes líneas de trabajo, se encuentran dos grandes compromisos fundamentales: su trabajo en la Organización Mundial de la Salud y España.