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VIOLENCIA MACHISTA E IGLESIA

Por Antonio Aradillas

Apenas si informadores, tertulianos y cronistas  disponen ya de palabras esdrújulas, y en superlativo despectivo, para narrar los hechos tan dramáticamente frecuentes relacionados con la violencia machista, que logra ya acaparar los puestos de deshonor  y de sangre  en los titulares de todos los medios de comunicación social, no sólo por su número, sino por las circunstancias singulares de algunos de ellos, con mención  estremecedora  para los hijos “testigos», su narración causa espanto, terror y consternación a la sociedad.

La violencia machista es lacra y señal denigrante también en el contexto  de la religión –religiones–, con inclusión de la Iglesia Católica, al enclaustrar en su ideario  doctrinal, y en su praxis canónica, destellos de discriminaciones y de marginación por razones de sexo. Para tantas religiones, insisto que con inclusión de la Iglesia Católica, todavía la mujer es “pecado”, digna de reprobación, mientras que, por ejemplo, al mismísimo Dios se le trajea de varón, sin escatimársele calidades y valores masculinos, aunque para ello  sea preciso “usque ad infinitum et ad absurdum”, forzar argumentos bíblicos.

Fieles receptores, y a  la vez, re-creadores de esta infame opinión, son algunas de las frases literalmente extractadas  de los Santos Padres y teólogos, que configuran nuestros catecismos, inspiraron la enseñanza religiosa y de alguna y eficaz manera influyeron en la educación también ciudadana  y civil, así como en las instituciones  que las siguen manteniendo.

Desgraciadamente no es  difícil efectuar tal recapitulación doctrinal, dada la abundancia y rotundidad de los ejemplos y de los testimonios. De su conglomerado y patrulla, destaco en esta ocasión, las siguientes: “No se creó el hombre para la mujer, sino la mujer para el hombre. La mujer debe escuchar la enseñanza quieta y con docilidad. A la mujer no le consiento enseñar ni imponerse a los hombres. Le corresponde estar quista, porque Dios formó primero a Adán  y luego a Eva” (san Pablo 1 Cor. 2). “Las mujeres están creadas  esencialmente  para satisfacer la lujuria de los hombres” (san Juan Crisóstomo). “El orden justo solo se da cuando el hombre manda y la mujer obedece”. “La mujer es un ser inferior  y no fue creada a imagen y semejanza de Dios” (san Agustín). “Si la mujer no se somete al hombre, que es su cabeza, se hace culpable del mismo pecado que un hombre, que no se someta a Cristo. Nada más impuro que una mujer en el periodo. Todo lo que toca lo convierte en impuro” (san Jerónimo). “Toda mujer debería sentir vergüenza con solo pensar que es mujer” (san Clemente Alexandrino).  “Las mujeres son débiles, fácilmente  seducibles y sin mucha inteligencia” (san Epifanio). “ Adán fue engañado por Eva, no Eva por Adán”. “La mujer debe velar su cabeza porque no es imagen de Dios” (san Ambrosio).

Durante la Edad Media, las casadas no podían comulgar con frecuencia porque no se las consideraba suficientemente limpias  y dignas de ello. La prostitución fue tolerada por santo Tomás de Aquino, en su “Suma Teológica, “como protectora de la monogamia y de la estabilidad de la familia”. “La mujer  vino a la existencia como ayuda del hombre; pero solo como ayuda para la generación. A ella ha de negársele la comunicación directa con Dios”. “En efecto, el hombre es el principio  y fin de toda la creación”. “La  mujer no puede recibir Órdenes Sagradas porque se encuentra en estado de sumisión”. “La mujer es inferior al hombre en dignidad y en virtud”.

Dado el relieve, creciente por demás que el Opus Dei –“obra de Dios, por antonomasia”– tiene, y seguirá teniendo y ejerciendo, dentro de la Iglesia, con influencias tan definitivas en empresas, doctrinas y enseñanzas “para” o “extra” eclesiásticas, me creo obligado a acentuar algunos de los pilares que en su “ideario religioso” mantiene como “palabra de Dios”, en relación con la mujer, y  que debieran haber sido desaconsejados , y aún reprobados, “por la autoridad competente”, identificada en este caso con la jerarquía.

“Ellas, las mujeres, no hace falta que sean sabias, basta con que sean discretas” (Camino, 946). “Eres curioso, preguntón, oliscón y ventanero. ¿no se da vergüenza ser tan poco masculino. Sé varón” (Camino, 50). La oración con que terminan sus reuniones, si estas son de hombres, está redactada de la siguiente manera: «¡Santa María, esperanza nuestra, ASIENTO DE LA SABIDURÍA , ruega por nosotros!”. Si la sección es de mujeres, su redacción es : “¡Santa María, esperanza nuestra , ESCLAVA DEL SEÑOR, ruega por nosotras¡”. Las numerarias duermen en camas sin colchón y sobre tablas. No así los numerarios. El servicio doméstico –llamado  de “administración”– está reservado a las mujeres. “No podrán hablar con nadie en su trabajo, ni deben conocer el nombre de los residentes”

Fue decisiva la intervención de Álvaro del Portillo  en la redacción de la “Ordinatio sacerdotales” de Juan Pablo II  en 1994,  en la que afirma que “la Iglesia carece de facultad para conferirle la ordenación sacerdotal a las mujeres” y de que “este dictamen debe ser definitivo para todos los fieles”, al igual que  en la aclaración del Santo Oficio  en 1995 advirtiendo que “la imposibilidad del sacerdocio femenino  ha sido propuesta infaliblemente por el magisterio ordinario  y universal y exige asentimiento incondicional”.

A nadie se le ocurrirá pensar que con la aportación de estas citas, sensaciones y datos pretenda culpar a la Iglesia  de las violencias machistas registradas a lo largo y ancho de la historia, y más de las que en la actualidad acontecen. Pero a todos los varones, y aún a no pocas mujeres, les habrán de servir de puntos de reflexión y de referencias para explicarse los porqués se llegó a tal situación, junto con las dificultades existentes para eliminarlas o mitigarlas lo antes posible.

Si la misma Iglesia considera a la mujer  inferior al hombre, con todas sus consecuencias, además de culpable de incontables desgracias de la humanidad, ¿qué mal hacen los hombres-varones  en maltratarlas con leyes y comportamientos, eliminándoles, por poner un ejemplo, la posibilidad de protagonizar y asumir idénticas responsabilidades a las del hombre por varón –“vir”–, aún dentro de la disciplina  –Código de Derecho Canónico– en la misma Iglesia, con inclusión del sacerdocio? Quede constancia de que la Iglesia Católica como institución, y sus sacerdotes y obispos, son y actúan así, todavía, por definición y convencimientos “dogmáticos” sinceramente  machistas.

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