Aunque reconoce que se ha centrado en el retrato, o que es la parte más conocida de su obra, por el mercado y que este tipo de género gusta más cuando se plasma el naturalismo más fiel, Alberto Gosa (Segovia, 1982) define sus retratos como una mezcla de naturalismo y expresionismo. «Pinto un dibujo naturalista pero tiendo al expresionismo. Intento hacer algo naturalista pero no plano, sino con gracia. Intento dotar a mi pintura de una óptica personal. No son retratos calcados a la foto de la persona a retratar. Se parecen pero les doy mucho aspecto pictórico», afirma este artista, tras señalar que también pinta retratos muy expresionistas, pero que éstos gustan menos y se venden peor porque «desfiguran».
En este sentido, insiste en que el retrato está «supeditado al mercado» y a los gustos del retratado, por lo que el aspecto negativo de este género es que el artista se enfrenta a la perspectiva que tiene cada uno de sí mismo, mientras que cuando pinta, por ejemplo, un animal, tiene una «permisividad gigante» porque si no es un calco al cien por cien nadie se molesta. «El mercado es el craken del mar que surca el artista y sólo quien acaudilla suficiente fe o suerte, como lo queramos llamar, lo atraviesa. El mercado es cruel porque en verdad para él, el arte es una coletilla poética que adorna las grandes frases, insustancial y de una necesidad cuestionable», afirmaba en un coloquio en el Casino de Madrid.
En todo caso, a Gosa le gusta el género del retrato, al que llegó por ser uno de los tipos de cuadros que más se venden, porque son una especie de «intercomunicación» con el autor. «Pintar, por ejemplo, un ojo es algo precioso. Te da una especie de poder, como si le estuvieras dando vida. Es como un alumbramiento«, valora este artista, que reside en Cantalejo, Segovia, donde ha montado su estudio en la casa de su abuela porque le sale más barato que instalarlo en Madrid, a donde acude en ocasiones para darse a conocer. Cada retrato le lleva un mínimo de ocho horas para hacer sólo la cara, a las que hay que añadir otras diez para hacer medio cuerpo, lo que le hace pasar mucho tiempo creando y le deja poco para «vender» su obra.
«Hay que hacer muchas relaciones públicas pero un pintor debe tener un estudio y dedicar tiempo a trabajar, a crear», entiende Gosa, a quien le gustaría que este oficio que tanto ama le diera para vivir pero que, de momento, debe compatibilizar con un trabajo en la granja de su padre. «No puedo ni salir de fiesta con lo que gano con la pintura», se queja este pintor, que en su peor año ganó 200 euros y cuando mejor le ha ido en su carrera artística, el año pasado, obtuvo 3.800 euros con la venta de sus cuadros, a pesar de que, asegura, los hace «bastante bien y bastante baratos». Aunque ha hecho exposiciones, siempre han sido en centros culturales o lugares públicos, donde la gente va a ver pintura, no a comprarla, y son lugares para cuadros pequeños y no tan grandes como los suyos, destaca el propio Gosa.
En general, este licenciado en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco y Beca Séneca en Salamanca, que tras la carrera se encerró en su estudio para, según él, aprender realmente, define su técnica pictórica como «un naturalismo-expresionismo con una paleta cezanniana», matizando que el naturalismo aparece a través del dibujo que utiliza de contenedor que identifique la representación para que la parte puramente pictórica se desarrolle , es decir, que la pintura sólo está parcialmente supeditada a la representación pudiendo desplegar todo su potencial cromático. A su juicio, esta forma de pintar le sirve para acercarse al público menos apasionado por la pintura pura porque «la presencia de un dibujo identificable tranquiliza la contemplación».
«En mi pintura, el fondo suele aparecer natural, sin imprimación visible, que actúa metafóricamente como la naturaleza, lo que denominamos como incontrolado, el sustrato primigenio de donde va a brotar el resto. De este modo, el cuadro pasa de un fondo natural a un dibujo y éste a un esbozo al óleo para acabar siempre en el rostro, con una pintura más acabada con cierto empaste», describe este pintor, valorando que así se trasluce el método constructivo que aporta diferentes calidades y puntos de atención sin recargar, «ayudando a que fluya la atención hacia la parte más significativa, que es siempre el rostro».
Esta perspectiva la forjó desde la infancia, desde que en el instituto vio que no se le daba mal la clase de dibujo. Tras una niñez «sobre un lecho confuso», como explicó en la conferencia en el Casino de Madrid, porque por un lado tenía ante sí «la grandeza de la civilización occidental, cultural, urbanita, tecnológica» y por el otro lado, «el mundo campesino mas ancestral, salvaje, tosco, lleno de olores y paisajes cambiantes, de frío y calor, de sensaciones animales, siempre fiel a su estilo, duro, bello e implacable», estudió la carrera, aprendió encerrado en su estudio copiando a los grandes y a base de ensayo-error con técnicas y materiales y emprendió su carrera «construyendo, creando, pintando desde una premisa muy sencilla: no negar nada y sobretodo creer».