Autor: Pedro Fusté
EL TERCER SECTOR
En nuestra sociedad actual nos encontramos con una articulación sectorial: sector público, sector privado y tercer sector, que es el que agrupa a las entidades sin ánimo de lucro, asociaciones y fundaciones, dedicadas en su gran mayoría a la cooperación humanitaria y al desarrollo. Éstas son conocidas con las siglas ONGD ( organización no gubernamental de desarrollo). Hoy en día es fácil referirnos a las ONGD en cualquier conversación. Es un concepto que utilizamos con cierta frecuencia en determinados ámbitos. Sin querer ser academicista o trascendente, en mi opinión estas siglas entraron en nuestro vocabulario debido a la crisis de los Grandes Lagos de la primavera y verano de 1994. Por aquel entonces, las noticias hablaban de ese tremendo genocidio que ocurría en Rwanda donde la etnia hutu aniquilaba a los de otra etnia, los tutsis. Pronto, las cámaras de la CNN trasmitían la crueldad de esa guerra étnica, mientras comíamos a mediodía, y nos hablaban del trabajo de las ONG para ayudar a la población civil, a los desplazados y a los campos de refugiados. El gran público empezó a saber de las ONG y de su actividad. No es que antes de esa fecha no hubieran existido, es que hasta ese momento su trabajo no adquirió tintes tan mayoritarios como los de la masacre de los Grandes Lagos propició. Una vez que se incorporó a nuestro día a día el concepto ONG, el Tercer Sector vivió una explosión de organizaciones que tocaban todos los posibles objetivos humanitarios: salud, vejez, mundo infantil, género, alimentación, comercio justo, agua, ecología, medio ambiente, desarrollo y cooperación internacional. El Tercer Sector es, en estos momentos, una pujante fuerza social y económica, pues va camino de repartirse hasta el 0,7% del PIB –en esta legislatura ya se prevé llegar al 0,5%-, y cuenta, además, con gran número de trabajadores y otro número millonario de voluntarios, mayoritariamente femenino. Las ONG están – en su gran mayoría- representadas en la CONGDE ( coordinadora de organizaciones no gubernamentales de desarrollo de España), una entidad interlocutora con la Administración a la que exige, solicita, asesora, reivindica y obtiene tanto subvenciones como leyes y disposiciones que nutren al Tercer Sector. La administración creó la AECID ( agencia española de cooperación internacional al desarrollo), dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores, que canaliza la ayuda internacional estatal y realiza las convocatorias de subvenciones para las ONG. Cuenta, además, con una unidad de emergencia para los grandes desastres capaz de reaccionar en 24 horas para desplazarse a cualquier rincón del mundo donde la ayuda humanitaria de emergencia sea solicitada oficialmente.
FUTURO DE LA ONG
El futuro de la ONG, y por ende del Tercer Sector, puede definirse como el futuro gramatical de nuestro idioma español: futuro imperfecto y perfecto. Si todo sigue como ahora, el futuro imperfecto podría ser que las ONG no sólo formaran parte de nuestras cotidianas conversaciones sino que, además, lo hicieran también de nuestras actitudes. Es decir, que ya desde la educación infantil, el concepto de co-responsabilidad con el ser humano, fuera arraigando en el consciente colectivo de nuestros niños para que llegaran a decir su equipo de fútbol preferido y su ONG favorita, al que ayudan o colaboran de la mejor manera posible. “Soy de Real Madrid y de Médicos sin Fronteras”, o “ yo soy del Sevilla F.C. y de UNICEF España”, “ Pues yo del Sporting de Gijón y de Intermon”. Podrían ser comentarios de los niños del futuro. Eso querría decir que las ONG ya formarían parte habitual de nuestra vida cotidiana, que pertenecer a una u otra sería lo de menos porque nuestro compromiso con la solidaridad ya no dependería de cualquier circunstancia sino de una actitud personal, libre, voluntaria y decidida. Es un futuro que , quizás, hablaría del sentimiento de justicia para con los seres humanos menos afortunados, que superaría el de la caridad que hasta hace un tiempo parecía ser la seña de identidad de la ayuda al prójimo, que formaría parte de una educación más humanista y de una manera de entender la cooperación, la ayuda a otros países, con algo más de positivismo y generosidad. España fue receptora de ayuda externa hasta bien avanzada la década de los ochenta. Ahora es unos de los países más volcados a la cooperación internacional. En ello estamos. Aunque los países nórdicos – Suecia, Noruega, Dinamarca- nos llevan ventaja, pues llevan años dedicando el 1% de su PIB a esta solidaridad entre países. Hemos ido avanzando en cooperación y en muy poco tiempo. Hemos desarrollado la AOD ( ayuda oficial al desarrollo) y los créditos FAD ( fomento de ayuda al desarrollo). Incluso hemos dotado de más contenido el concepto solidaridad que, según el diccionario de la R.A.E., significa: adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros; hemos convertido lo circunstancial en actitud constante, en forma de vida o de entenderla con respecto a los demás, al prójimo. En este futuro imperfecto, nos acercamos desde un presente muy activo y, si bien es cierto que todo es mejorable, también lo es que el presente de nuestras ONG es el de configurar un sector muy dinámico, activo, positivo y experimentado. Queda aún mucho por hacer pero se han conseguido éxitos palpables. El estatuto del cooperante, del trabajador de las ONG que está en el extranjero, el expatriado sobre el que no había legislación laboral, ahora ya tiene una cobertura legal y laboral. El incremento de la aportación de la Administración, el porcentaje del PIB para cooperación, que llegará al exigido 0,7% la próxima legislatura, es otra buena muestra de intenciones.
EL FUTURO PERFECTO
Pero, como en gramática, hay otro futuro: el perfecto. Y ese se explicaría de manera sencilla. El futuro perfecto es que las ONG desaparecieran, que no hicieran falta, que su papel fuera superado por el ejercicio de la solidaridad, bien entendida, de las administraciones soberanas de cada país. Que la ayuda, de Estado a Estado, fuera directa, sin intermediarios y sin “beneficios” políticos. Que el desarrollo primara sobre intereses de tipo político o comercial. Y es que, a veces, los posicionamientos político/económicos son la “piedra de toque” de los proyectos de cooperación. España mantiene con algunos países iberoamericanos – la gran mayoría- y africanos, unas reuniones bianuales que se llaman “ Comisiones Mixtas”, de Estado a Estado, en las que se pide y ofrece cooperación. En unas, a cambio de licencias de pesca, en otras a cambio de construir hospitales. Pero la cooperación debería tener en cuenta realidades y carencias que superan políticas o filosofías economicistas. Los países del llamado Tercer Mundo suelen tener un denominador común en la confección de sus presupuestos generales y es que, las partidas con menos fondos son las de educación, salud y justicia. Es ahí donde se debería hacer un mayor esfuerzo. Muchas veces los países donantes no tienen en cuenta la opinión o necesidad del país beneficiario e intentan “colocar” sus excedentes o productos con escasa salida en terceros países. En otros casos, el país beneficiario no cumple con las exigencias del donante. En ambos casos hay que recordar que cooperar significa obrar, colaborar con otro u otros para un mismo fin. Las ONG cumplen un servicio fundamental y realizan un trabajo casi imposible de acabar con un gran entusiasmo. Vivir entre lo imposible y la utopía es de gente valiente y le da un sentido más real al hecho de vivir. Y es, simplemente, volver a creer en el ser humano.