
Por Antonio Aradillas
Tristes, tristísimas y lacerantes preguntas se formulan los exalumnos del colegio-seminario de La Bañeza y de Astorga “decepcionados tras la sentencia contra el sacerdote Ramos Gordón, quien fue el que cometió los “abusos”, sin afectar para nada a quienes los consintieron durante años tan largos, con más o menos aquiescencia. Y la pregunta es esta: “pero ¿qué es lo que tiene, o no tiene, que hacer un cura, o alguno de los miembros de su jerarquía, para que los excomulgue la Iglesia”?
A quienes la formulan, padecieron, y siguen padeciendo, las consecuencias inherentes al término “abuso” que, en conformidad con declaraciones y testificaciones, también judiciales, su sola enunciación haría chirriar de asco y de dolor todas y cada una de las sílabas que componen las palabras de esta información, es posible que les sean de utilidad y consolación mis apreciaciones, urgiendo destacar que algunas de ellas fueron vividas en carne propia y hasta sus penúltimas consecuencias.
- Lo importante para quienes representaban, y siguen representando, a Nuestra Santa Madre la Iglesia, era y es, que se crea y practique que ellos, solo ellos, y por su “sagrada” condición, son siempre, y en todo, santos, a la vez que los demás –laicos y “sacerdotillos”, son de por sí, “pecadores”.
- Lo que por encima de todo es preciso –imprescindible- cuidar y salvar, es el buen nombre de la institución, en este caso, la Iglesia y la curia, por lo que la prensa, “impía y blasfema” por más señas, habrá de rendirse a sus pies a perpetuidad con sus “prudentes” silencios o “inocentes” informaciones, que no enturbien la buena “fama” aureolada de adjetivaciones protocolarias canónicas o litúrgicas.
- El daño moral, sicológico y religioso, irreparable la mayoría de las veces, causado por educadores o “pastores” de la Iglesia, interesó poco o nada. Aún más, con los siete sellos bíblicos se les cerró la boca a las víctimas, condenándolas en esta vida y en la otra, en el inverosímil caso de que se les escapara algún comentario y pudieran hacerse públicas algunas de las indecentes e innobles fechorías por ellos cometidas, a veces, poniendo a Dios por testigo de que, “lo que ellos hacían, o consentían, no era malo”…
- Resulta increíble que, por ejemplo, sabedores determinadas autoridades episcopales, de la redomada y viciosa inclinación hacia la pederastia de cierto sacerdote, su “castigo” se limitara a procurar su traslado a otra actividad “pastoral” y, en un caso concreto, mientras no dispusiera de casa propia para la familia, se le facilitara y acondicionara su estancia en el internado de un colegio de monjas dedicadas a la enseñanza…El colegio en cuestión, como tantos otros, disponía de otra perta por la que tenían acceso las niñas que entonces pertenecían a la clase de “gratuitas”.
- Tal y como literalmente se ha referido por parte de algún miembro de la jerarquía de que “gracias a Dios prescribieron determinados procesos”, los comentarios que a esta “satisfacción” se han hecho y se harán, enrojecerán de vergüenza la faz de aquellos cuyas cabezas siguen coronando las cornúpetas mitras. A Dios no es posible “darle gracias” por la perdularia pereza burocrática que, más o menos interesadamente, inficiona el ritmo de ciertos procesos de carácter eclesiástico. Precisamente habrá que pedirle perdón por tal dejadez que perjudica a la justicia y al bien integral de los débiles o pobres. En resumidas cuentas, y contestando a parte de la pregunta formulada por las víctimas de los abusos sexuales, en la determinación de no excomulgarlos de la Iglesia, la hipocresía, la “buena fama” y el “buen nombre de la institución”, fue lo que activó los resortes humanos y divinos para impedirlo.
- La nueva y sacrosanta disciplina pastoral higienizadora, inaugurada por el papa Francisco en relación con la que él mismo llamó “cueva del clericalismo”, contribuye ya a contestar cuantas preguntas legítimas se formulan las pobres victimas de las acciones o de los silencios culposos de quienes se revisten de ornamentos y de títulos que, en ocasiones, hasta rondan las irisaciones purpúreas.