
El obispo de Solsona, Xavier Novell, votando el pasado domingo.
Por Antonio Aradillas
Con la más bautismalmente comprometida intención cristiana, clamé desde aquí por la necesidad de que la jerarquía eclesiástica hispano-catalana levantara la voz de una “santa” vez para contribuir a la reedificación de la paz, en estos tiempos tan recios en los que vivimos. Por fin hablaron unos obispos y otros, además de los clérigos y religiosos y abades mitrados. Sus “habladurías” justifican estos y otros comentarios.
- El uso de “lugares comunes” y el aporte de citas pontificales pretéritas y desconectadas de las realidades presentes, aparecen en los textos episcopales con nitidez, diplomacia y votos de obligada “castidad” política. Resulta casi imposible y hasta “milagroso”, hablar sin decir nada y sin comprometerse, tal y como acaban de hacer nuestros señores obispos.
- ¿Acaso no hay en todo el episcopado hispano- catalán algún “hombre bueno” preparado y dispuesto –contando además con la gracia de Dios-, para resembrar cordura y entendimiento entre las dos partes hoy en conflicto? ¿Cómo y por qué se llegó a la situación actual definida certeramente con los acreditados diagnósticos de que, a consecuencia del sistema imperante en la selección-nombramiento de los obispos, su mediocridad, falta de iniciativa y de audacia, e ilimitada capacidad de decir “amén” siempre y en todo, les imposibilite para “pronunciarse” con argumentos evangélicos y evangelizadores?
- ¿Pronunciaron sus palabras, unos y otros obispos, y también los frailes, teniendo sacramentalmente en cuenta el bien del pueblo de Dios, con predilecta mención de los más pobres, o lo hicieron pensando más en la institución eclesiástica a la que sirven, y de la que se sirven, por “carrerismo”, por vocación o por profesión? ¿Tuvieron presente el futuro de su propia subsistencia, el de los templos y “lugares sagrados”, las obras sociales, los tesoros artísticos de los que son depositarios, al tener que verse forzados a romper los pactos concordatarios, o no, establecidos, hasta que los nuevos “representantes” del pueblo, con fórmulas deliberadamente ácratas, determinen y decidan aplicaciones y usos distintos?
- ¿Se analizaron y explicaron convenientemente los horrendos perjuicios que las “guerras de religión”, bajo cualquiera de sus modalidades, les han supuesto, y le supondrán a cualquier colectividad, y más cuando a unos y a otros, por igual, se les ocurra acaparar, y hacer gala, de la condición de ser ejecutores y encarnar “la voluntad de Dios”?
- ¿Cómo valorar el hecho del desprecio, y rebelión contra las leyes tan fundamentales para la convivencia entre los españoles, como la Constitución y el Estatuto y, por ejemplo, no denuncian la falta de evangelio que padece el Código de Derecho Canónico? ¿Cómo y por qué ellos- los clérigos y le jerarquía- no renunciaron ya a tantos privilegios y sinecuras?¿Qué concesiones y hicieron enronquecer a los señores abades mitrados, para que entre sus antífonas, salmos y cantos gregorianos, no les remordiera la conciencia para gritar y anatematizar los “deslices” vétero y novo “puyolianos”, índice y expresión cabal de independentismos políticos y judiciales, con el “Visto Bueno” de la Reverenda Madre Superiora de la fundación empresarial doméstica
- Tener conciencia de que signos y símbolos “pastorales” que usan y hacer ser obispos a los obispos, apenas si sobrepasan los linderos de las ceremonias y ritos litúrgicos, resulta ciertamente desconsolador y triste, por carencia esencial de religiosidad.
- “Sí, pero el día de la Virgen de la Merced unos y otros, con sus representantes supremos, presididos por el cardenal, se hicieron presentes en la santa misa…”Esto no obstante, y gracias sean dadas a Dios, una buena parte de su pueblo, superó las enseñanzas del padre Astete y de otros catequistas, y llegaron al feliz convencimiento de que la mayoría de tales gestos, ceremonias y actos litúrgicos carecen de sentido y de contenido, o este no es religioso y menos es eucarístico.
- Al margen de ponderaciones y circunstancias “patrióticas” y separatistas, en el contexto en el que nos hallamos, hay misas que ni son, ni pueden ser, misas, Por muy cuidados, y con olores a incienso, que estén y tengan sus ritos, por muy cardenal que sea su concelebrante principal y por muy autoridades que sean sus “autoridades” –representantes del pueblo- , hay misas que no podrán ser misas y a lo más que llegarán a ser, es a actos catalogados como político-sociales…
- “Pero entre ellos se dieron “el abrazo” o el “ósculo” de la paz, y algunos hasta comulgaron…” Misas sin paz y sin común- unión, no son sacramentos, Exponer la misa a un remedo, simulacro y ficción es un sacrilegio, Allí en donde se palpe y se vida la imposibilidad de la convivencia y del entendimiento, jamás habrá celebración eucarística.
- De todas formas, que, pese a todo, no se pierda la esperanza y que “Dios reparta suerte y nos coja confesados, Amén”.