Por Antonio Aradillas
La reciente noticia de la declaración “oficial”, aproximadamente científica, del hallazgo de los restos de Don Miguel de Cervantes Saavedra y esposa, rebasa, y rebasará aún más, los ámbitos madrileños, patrios e hispano-americanos, para convertirse en universal. Y no se trata de informaciones correspondientes en exclusiva a la gramática o a la literatura, sino que se inscriben en la cultura en general y en las vivencias filosóficas, teológicas, políticas y ético-morales, sino también, y de modo especial, –y éste es hoy el territorio de mi reflexión–, eminentemente religiosas.
Don Quijote, Sancho, personas y personajes importantes de la trama novelística tejida y presentada cervantinamente con “el relieve más singular que vieron los siglos”, son otras tantas referencias de santidad, –bondad y bonhomía populares–, de las que tan necesitados estamos, y de las que el Papa Francisco habría de ser y manifestarse devoto al estilo de su homónimo el santo de Asís.
De modo similar –idéntico–, al de la mayoría de los santos/as, y a no pocos misterios relacionados con las Tres Personas de la Santísima Trinidad y con la Virgen María, madre de Dios y madre nuestra, el fraguado por Cervantes es un mito preclaro lo más cercano, entrañado y encarnado en la imagen sagrada. Ya quisiera para sí, en todo, o en gran parte, el Año Cristiano oficial de la Iglesia, y aún la propia historia civil, verosimilitudes, verismos y certidumbres para asentar sobre las mismas, como las que aduce el autor de las “vidas y milagros” de Don Quijote de la Mancha, de Sancho Panza, de Dulcinea del Toboso y del “Caballero del Verde Gabán”.
No es posible que no ocupen páginas reconocidamente devotas de los Santorales, algunas del Quijote, en el que su protagonista proclama y confiesa con profunda humildad, por ejemplo, “cuando otra cosa no tuviese al creer, como siempre creo firme y fervorosamente en Dios…, por lo que los historiadores debían tener misericordia de mí y tratarme bien en sus escritos. Pero digan lo que quisieren, que desnudo nací y desnudo me hallo; ni pierdo ni gano”.