Por Antonio Regalado
Entro en una tienda y leo esta frase enmarcada en un cuadro que no sirve para nada: “todos necesitamos amor y Wifi”. Dejo para otra ocasión la primera parte de enunciado aunque tenga escrito hace demasiado tiempo que la vida se reduce a estas cuatro palabras: “amar y ser amado”. Wifi es el cordón umbilical inalámbrico que nos conecta a los otros mundos. ¿Y qué sucede cuando te cortan la conexión? Pues que tienes que aprender a sobrevivir. Lo malo es que no estamos preparados suficientemente para ello. La huelga de cableros de Telefónica ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad del sistema. Con nocturnidad y alevosía, unos piquetes incontrolados abrieron (con llave) las cabinas de plástico y cortaron los cables con una cizalla. Y cerraron la puerta. En menos de cinco minutos, 500 usuarios de fibra óptica nos quedamos aislados sin teléfono ni Internet. Se apunta hasta 400.000 los afectados solo en Madrid y provincia.
De inmediato colapsamos el 1004 donde un contestador automático comunicaba uno a uno, que estaban reparando la avería. Y así un día, y otro y otro día; y una semana y otra semana. Paralelamente, los smarphones y los dispositivos digitales se colapsaron al consumirse con urgencia los 2 Megas mensuales en movilidad. Hasta que llegó el silencio. Y tuvimos que migrar a casa de familiares y amigos mendigando conexión para poder descargar el IRPF de Hacienda, enviar la colaboración a ABC-TOLEDO y contestar los últimos correos.
Doble sabotaje
El sabotaje de los huelguistas por reivindicaciones laborales no fue menor que el sabotaje informativo de la empresa suministradora. Ni un aviso por sms, whatsapp o correo electrónico. Descarto la información por correo tradicional al padecer una huelga de carteros desde hace más de 55 días en Majadahonda.
La operadora que nos asedia con publicidad de todos sus productos no ha sido capaz de explicar qué estaba pasando ni cuándo se restablecería servicio. Mientras tanto, anunciaba una subida de 5 € mensuales con los primeros firmantes de FUSION tras comprometerse a mantener el precio de por vida. Los ingresos anuales por este incumplimiento sobrepasarán los 240 millones por ejercicio. La opción es despiadada: abandonar la compañía sin tener que pagar indemnización.
El despropósito comunicacional se agranda al anunciar en plena crisis “urbi et orbi” un aumento de velocidad de 100 a 300 Megas. Una amable comercial de Movistar –tras engullir Canal Plus- me cuenta que no pueden por ley aumentar la cuota mensual por mejorar el servicio, y que se ha mejorado mucho los últimos tiempos. Y es cierto. Por ejemplo ofreciendo gratis la TV digital para extender el imperio de pago a todos los contenidos deportivos. Hubiera bastado aplicar la nueva tarifa a los nuevos consumidores evitando así protestas, denuncias y la inevitable multa del órgano regulador. En definitiva, una política de comunicación en tiempo difíciles manifiestamente mejorable.
Solución fotográfica
Cuando de la desesperación y la indignación habíamos pasado al desencanto pasivo, comprobamos cómo un operario cansado de la huelga, y con la caja de resistencia vacía, estaba restableciendo servicio en la zona. Le felicitamos y nos felicitamos por ello. Pero resultó ser un espejismo. Sólo tenía orden de reparar la línea de un vecino que había tenido la suerte de que el contestador automático le pusiera con un agente de carne y hueso. Eso sí, nos permitió sacar unas fotos del sabotaje con las que al día siguiente intentamos denunciar el hecho en las tiendas de proximidad. Otro intento fallido. Telefónica sólo admite denuncias en su sede central de la Gran Vía, 28 en Madrid. O en las OMIC de los ayuntamientos. Las fotos, prueba del delito sindical, nos abrieron las puertas a la restauración del servicio 48 horas después.
Los ajustes duraron dos días más porque hubo que configurar de nuevo todo el sistema. Y a partir de aquí, los agentes del 1004, volvieron al asedio del cliente vendiendo las bondades de los nuevos productos. Ni una disculpa, ni una explicación. Como si el eterno tiempo de silencio de quince días (y sus quince noches) no hubiera existido. Insistieron en que puntuáramos del 1 al 10 la atención recibida, no la calidad del servicio.
Hay vida sin Wifi
¿Cuál es la enseñanza fundamental tras esta aventura/desventura digital? Que, en efecto, estamos drogados con las comunicaciones; que nuestra dependencia emocional se ve afectada profundamente cuando nos falta Internet. Resulta más fácil sobrevivir si la televisión se funde a negro que cuando queramos desconectados de la Red de las redes. El síndrome de abstinencia se asemeja al de un apestado. Una soledad infinita.
La experiencia personal confirma que hay vida sin Wifi pero es una perra vida. Estás desubicado. Reflexión aparte merece la vulnerabilidad del sistema. El mundo digital y la nada dependen de un corte certero. De un hachazo invisible y homicida.
Ya es hora de que la Unión Europea se prepare para el mercado único digital y se puedan compensar con indemnizaciones a las empresas y usuarios que se ven privados de seguir trabajando por una huelga salvaje. Más pronto que tarde también habrá que regular jurídicamente que la comunicación (enviar y recibir información a gran velocidad) es algo más que un servicio; es un derecho fundamental.
Ahora queda la parte más complicada: exigir a Movistar compensaciones — ¿por qué no indemnizaciones?– por el tiempo interrumpido en la próxima factura que emite íntegramente, como si no hubiera pasado nada, un ordenador sin alma.
Además de seguir conectados al milagroso Wifi, no nos vendría mal un poco de amor de Telefónica, un pilar central de la Marca España, que con su falta de transparencia, ha saboteado su credibilidad y nuestra confianza simultáneamente. Ustedes me dirán que soy un poco masoquista porque en pleno apagón digital he realizado la última portabilidad familiar desde la competencia a Movistar. Pese a todo, y después de más de 7 lustros, seguimos conectados a la antigua CTNE.